Un detective en Tombostone

Craven atravesó la calle principal de Tombstone y miró con cierta tristeza en tomo suyo. Había docenas de hombres en los porches esperando no se sabía qué, mientras bastantes mujeres les contemplaban desde las puertas de los saloons. En el interior de éstos las músicas sonaban más leves, menos alegres que en otro tiempo, mientras que el número de clientes pegados a la barra resultaba mucho menor que en los meses anteriores. Resultaba muy difícil definir lo que estaba pasando en Tombstone, pero quizá una sola palabra acercaba bastante a la realidad. Esa palabra era «tristeza». No podía decirse tampoco que Craven tuviera un aspecto demasiado alegre. Correctamente vestido, pero con los codos y las rodillas ya bastante desgastados por el uso, su potente musculatura y su juventud, no lograban disimular del todo el decaimiento que lo dominaba. Mientras atravesaba la calle principal de la ciudad ganadera más violenta del Oeste, no podía decirse, desde luego, que le sobrara optimismo.